Una suave
melodía introduce la noche.
Me encuentro en
medio de un campo de batalla entre la falta de inspiración y las ganas de
escribir, de cara a las decenas de papeles que se amontonan en suelo de mi
cuarto y los centenares de ideas desechadas, cuya suma ha conseguido darme como
única recompensa un amargo dolor de cabeza. Tratando de convencerme a mí misma
de no cambiar el párrafo anterior decido continuar, decidido dejar de buscar el
relato perfecto y simplemente disfrutar con lo que voy a escribir.
Porque ya no me
voy a molestar en buscar un hermoso y llamativo título como suelo hacer, y no
voy a narrar más usando esas palabras tan cultas puestas al azar en cualquier
lugar del texto con el único objetivo de adornarlo. No me voy a molestar si
quiera en tratar un tema profundo como el amor o la vida, porque eso sería
limitarme a teclear y no tengo intención alguna de llenar con palabras vacías
este escrito.
Voy a escribir
por una razón, al menos la única que conozco, y es que no hay mayor sensación
de paz que cuando me siento en frente del ordenador y dejo que mis pensamientos
fluyan, filtrándose entre cada grieta de mi mente e intentando sobreponerse a
las limitaciones del lenguaje. Esta soy yo tratando de definir el concepto “inspiración”,
mientras, la canción de piano “Saturday morning” marca el ritmo con el que mis
dedos se dejan caer sobre las letras del teclado y las lejanas gotas de lluvia
se pegan al cristal, expectantes de cual será mi próximo movimiento. Porque por
primera vez en mucho tiempo escribo de forma libre, sin molestarme en la
adecuación, la coherencia o cohesión de cada párrafo, sin pararme a pensar a
quien voy a dirigir mi obra y sin saber si quiera si alguien más va a leer
esto, escribiendo para mí, llenando mis pulmones de aire y dejándome llevar por
cada idea que se cruza entre mis dedos, porque tan solo quiero empezar a
disfrutar de las palabras.
En cierto modo
la escritura es un medio de escape, una forma de evadir por completo de la
realidad, de darle la vuelta y
pintarla con todo tipo de oraciones; es una manera de conocer a alguien, su
forma de ver la vida o lo que le mantiene despierto por las noches. Desde hace
unos años la escritura se ha convertido para mí en una especie de religión
particular, pero en este arte sucede que no siempre se dice lo que se cree que
se está diciendo, como se cree que se está diciendo. El texto posee una especie
de punto ciego, siempre hay “algo” que se escapa a su autor, y ahí entras tú,
el lector, una obra no se valora por el número de caracteres o por los
tecnicismos utilizados, cualquiera puede juntar palabras, es el receptor quien
toma el papel de juez y el que marca la diferencia entre una historia y una
anécdota.
Supongo que le
estoy dando demasiada importancia a un mismo tema, cuando cumples cierta edad, imperan sentimientos como el
sentido común, la responsabilidad o el autocontrol, por lo que en unos años estos relatos
en lugar de pensamientos se convertirán en simples memorias. Por otro lado, ser
adulto no implica tener que destruir las barreras que has creado, en cuanto a
palabras se refiere la vida está plasmada en ellas desde que nacemos.
La escritura,
muchas veces, es como un caballo de carreras que aún no conoce jinete, se doma en
base a la experiencia y el tiempo, no conozco a nadie que pueda narrar una
novela de aventuras sin haber salido de su casa, tampoco creo que alguien sea
capaz de escribir sobre sentimientos si no ha tenido tiempo para vivirlos.
Aunque existen
también jinetes impacientes, que quieren domar las palabras a base de fuerza. A
escribir se aprende escribiendo, es una acción que se aprende repitiéndola, al
igual que cualquier otra y por lo que no se puede apresurar de ningún modo.
Para mí, un
buen escritor es quien le cuesta encontrar las palabras adecuadas a la hora de
escribir, aquel que es incapaz de decir por completo lo que piensa, u omite
frases por simple orgullo. Es esa persona que confunde la imaginación con los
pensamientos y, mediante palabras, da lugar al termino ficción. No existe
escritor alguno que no sea exigente consigo mismo.
Aún recuerdo la
sensación de la primera vez que leí una novela, como las palabras traspasan directamente
del libro a mis ojos, olvidando por completo lo que me rodeaba y sintiendo cada
punto y coma como si fuese el primero, una sensación de calor, como si me
sumergiese por completo en la historia y diese
la vuelta a la realidad. La misma sensación que cuando escribí mi primera
redacción, como mi mano se deslizaba con torpeza sobre el cuaderno, como
ensuciaba de tinta el papel a cada movimiento y como intentaba con torpeza unir
las palabras de una frase con las del párrafo anterior.
Esto es lo que
he intentado explicar durante todo el escrito, las sensaciones, los
sentimientos y todo aquello que generan las palabras es lo que las hace únicas.
También es cierto que son un arma poderosa según el uso que las des, unos
prefieren utilizarlas para que la bonita imagen de un paisaje perdure en su
memoria, otros les dan forma narrando acontecimientos pasados, para que nunca
caigan en el olvido. La gran mayoría las juntan para crear aventuras,
misterios, o simplemente ordenar las ideas de su cabeza mediante hojas de
papel; una pequeña minoría se limita a hacerlo por diversión, para contar
historias simples y entretener a quien quiera que las lea.
Como ya dije
antes las palabras lo son todo, podría pasarme horas enumerando los distintos
tipos de escritura que existen o todos los grandes autores que han formado
parte de este mundo llamado literatura. Sin duda me encantaría desarrollar aún
más este concepto, pero supongo que hay cosas que se transmiten mejor en pocas
palabras.
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