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martes, 24 de abril de 2018

Memorias de medio relato

Frustrante diario:

Una suave melodía introduce la noche.

Me encuentro en medio de un campo de batalla entre la falta de inspiración y las ganas de escribir, de cara a las decenas de papeles que se amontonan en suelo de mi cuarto y los centenares de ideas desechadas, cuya suma ha conseguido darme como única recompensa un amargo dolor de cabeza. Tratando de convencerme a mí misma de no cambiar el párrafo anterior decido continuar, decidido dejar de buscar el relato perfecto y simplemente disfrutar con lo que voy a escribir.
Porque ya no me voy a molestar en buscar un hermoso y llamativo título como suelo hacer, y no voy a narrar más usando esas palabras tan cultas puestas al azar en cualquier lugar del texto con el único objetivo de adornarlo. No me voy a molestar si quiera en tratar un tema profundo como el amor o la vida, porque eso sería limitarme a teclear y no tengo intención alguna de llenar con palabras vacías este escrito.

Voy a escribir por una razón, al menos la única que conozco, y es que no hay mayor sensación de paz que cuando me siento en frente del ordenador y dejo que mis pensamientos fluyan, filtrándose entre cada grieta de mi mente e intentando sobreponerse a las limitaciones del lenguaje. Esta soy yo tratando de definir el concepto “inspiración”, mientras, la canción de piano “Saturday morning” marca el ritmo con el que mis dedos se dejan caer sobre las letras del teclado y las lejanas gotas de lluvia se pegan al cristal, expectantes de cual será mi próximo movimiento. Porque por primera vez en mucho tiempo escribo de forma libre, sin molestarme en la adecuación, la coherencia o cohesión de cada párrafo, sin pararme a pensar a quien voy a dirigir mi obra y sin saber si quiera si alguien más va a leer esto, escribiendo para mí, llenando mis pulmones de aire y dejándome llevar por cada idea que se cruza entre mis dedos, porque tan solo quiero empezar a disfrutar de las palabras.

En cierto modo la escritura es un medio de escape, una forma de evadir por completo de la realidad, de darle la vuelta y pintarla con todo tipo de oraciones; es una manera de conocer a alguien, su forma de ver la vida o lo que le mantiene despierto por las noches. Desde hace unos años la escritura se ha convertido para mí en una especie de religión particular, pero en este arte sucede que no siempre se dice lo que se cree que se está diciendo, como se cree que se está diciendo. El texto posee una especie de punto ciego, siempre hay “algo” que se escapa a su autor, y ahí entras tú, el lector, una obra no se valora por el número de caracteres o por los tecnicismos utilizados, cualquiera puede juntar palabras, es el receptor quien toma el papel de juez y el que marca la diferencia entre una historia y una anécdota.
Supongo que le estoy dando demasiada importancia a un mismo tema, cuando cumples cierta edad, imperan sentimientos como el sentido común, la responsabilidad o el autocontrol, por lo que en unos años estos relatos en lugar de pensamientos se convertirán en simples memorias. Por otro lado, ser adulto no implica tener que destruir las barreras que has creado, en cuanto a palabras se refiere la vida está plasmada en ellas desde que nacemos.

La escritura, muchas veces, es como un caballo de carreras que aún no conoce jinete, se doma en base a la experiencia y el tiempo, no conozco a nadie que pueda narrar una novela de aventuras sin haber salido de su casa, tampoco creo que alguien sea capaz de escribir sobre sentimientos si no ha tenido tiempo para vivirlos.
Aunque existen también jinetes impacientes, que quieren domar las palabras a base de fuerza. A escribir se aprende escribiendo, es una acción que se aprende repitiéndola, al igual que cualquier otra y por lo que no se puede apresurar de ningún modo.
Para mí, un buen escritor es quien le cuesta encontrar las palabras adecuadas a la hora de escribir, aquel que es incapaz de decir por completo lo que piensa, u omite frases por simple orgullo. Es esa persona que confunde la imaginación con los pensamientos y, mediante palabras, da lugar al termino ficción. No existe escritor alguno que no sea exigente consigo mismo.

Aún recuerdo la sensación de la primera vez que leí una novela, como las palabras traspasan directamente del libro a mis ojos, olvidando por completo lo que me rodeaba y sintiendo cada punto y coma como si fuese el primero, una sensación de calor, como si me sumergiese por completo en la historia y diese la vuelta a la realidad. La misma sensación que cuando escribí mi primera redacción, como mi mano se deslizaba con torpeza sobre el cuaderno, como ensuciaba de tinta el papel a cada movimiento y como intentaba con torpeza unir las palabras de una frase con las del párrafo anterior.

Esto es lo que he intentado explicar durante todo el escrito, las sensaciones, los sentimientos y todo aquello que generan las palabras es lo que las hace únicas. También es cierto que son un arma poderosa según el uso que las des, unos prefieren utilizarlas para que la bonita imagen de un paisaje perdure en su memoria, otros les dan forma narrando acontecimientos pasados, para que nunca caigan en el olvido. La gran mayoría las juntan para crear aventuras, misterios, o simplemente ordenar las ideas de su cabeza mediante hojas de papel; una pequeña minoría se limita a hacerlo por diversión, para contar historias simples y entretener a quien quiera que las lea.

Como ya dije antes las palabras lo son todo, podría pasarme horas enumerando los distintos tipos de escritura que existen o todos los grandes autores que han formado parte de este mundo llamado literatura. Sin duda me encantaría desarrollar aún más este concepto, pero supongo que hay cosas que se transmiten mejor en pocas palabras.

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