lunes, 30 de abril de 2018

Un laberinto llamado Madrid

Nunca me ha gustado caminar, pero a veces la falta de inspiración te obliga a salir a la calle y caminar para encontrarla.

Es un extraño juego de escondite que se oculta tras el punto ciego del autor, el mismo punto ciego que inconscientemente te hace repetir el párrafo anterior. En toda obra hay un mensaje escondido, un mensaje de auxilio creado por el mismo escritor que irradia de interés hacia la persona que lo lee

Salir a la calle siempre me ha parecido una acción muy fría, tan fría como la actitud con la que las personas solitarias como yo llenan Madrid. He de admitirlo, las comas son mi punto débil a la hora de escribir.

Puedo pasear varios kilómetros seguidos para encontrar una fuente que me inspire y siempre pienso, si en este no encuentro a la susodicha, al siguiente lo haré, pero el el cansancio de mi cuerpo al sentir las corrientes de aire contrarias a mi paso son las que me obligan a sentarme y escribir

Los escaparates de las tiendas ocupan las calles como espejos gigantes y cada vez que los miro veo mi reflejo cansado plasmado en ellos, observo los coches y las personas, aunque soy totalmente incapaz de recordar alguna. Supongo que mi cerebro es incapaz de asimilar las situaciones cotidianas

Las calles de Madrid se vuelven más estrechas, como queriendo llevarme a algún sitio, mis piernas comienzan a doler ya que me había dejado la tarjeta de metro en casa, cuando finalmente llego a donde me quería conducir, un concierto de jazz, en pleno centro de colón, me siento a escuchar replanteandome si mi querida ciudad tenía la intención de traerme aquí desde un principio

Según lo pienso comienzo a darle vueltas y vueltas, nunca he creído en el destino, pero llegar a ese concierto pasó de ser una coincidencia a algo inevitable, si esto es a lo que llaman destino, creo que podría llegar a creer en el

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