miércoles, 29 de abril de 2020

La mujer del cuarto piso

Todas los miércoles, a aquello de las siete y media, la misteriosa mujer del cuarto piso se asoma a su balcón. En bata y zapatillas, acompañada de una taza de té y de unos treinta años que parecen veinte, se presenta en su terraza a contemplar el cielo gris de las lluvias de abril y el piar de las golondrinas en primavera

Se apoya sobre la barandilla y con un cruce de miradas nos saludamos a través de la ventana del edificio de enfrente que separa nuestros pisos. En ocasiones son miradas rápidas, en otras tantas dejo mi lectura a un lado para contemplarla. En ocasiones ella corresponde posando su vista sobre el cristal que nos exime, en otras tantas me ignora volviendo sus ojos hacia el firmamento

Podemos permanecer así durante horas, la una en compañía de la otra sin necesidad de intercambiar palabra, sitiadas en la tranquilidad del silencio y de la gélida brisa de primavera que se oculta en nuestro patio interior. Algunas veces me sonríe, o al menos eso me parece a mí, algunas veces yo también la sonrío de vuelta y ,con un rubor clandestino, termina su taza, se anuda la bata celeste y regresa al interior de su hogar

En ocasiones una corriente repentina enmaraña su pelo a lo que yo río divertida desde la comodidad de un tercero, en otras la misma ráfaga desordena las páginas de mis libros y ella con una expresión triunfal me saca la lengua a modo de venganza. Y es que se había vuelto costumbre usarnos como entretenimiento particular

A veces alguna terminaba por faltar a nuestra cita particular por los quehaceres diarios, y en otras tantas nos sorprendíamos por la puntualidad de nuestra entrega. tanto para las aves que recorrían el cielo como para las cristaleras que adornaban los bloques de edificios de hormigón, se había vuelto habitual oír dos balcones abrirse y cerrarse a la misma hora, permanecer callados otras tantas y ver como aquellas desconocidas que se prometen el infinito en la inmensidad del silencio retomaban su vida después de una breve pausa en compañía

Y tal y como había empezado, aquella costumbre terminó un miércoles a las siete y media, cuando en lugar de salir a nuestras correspondientes terrazas nos encontramos sonrientes, yo subiendo y ella bajando, en la escalera que separaba el tercero del cuarto

He de admitir que nunca me gustó el té, pero no pude evitar disfrutar de aquella infusión mientras nos asomábamos a la calle en el balcón de la mujer del cuarto piso