Sujetando el móvil entre mis manos temblorosas enfrenté a la lluvia y corrí hacia casa, los cascos resbalaban de mis orejas mientras la canción de suspicious minds, que me había tranquilizado hasta entonces, se desvanecía entre los rayos. Mis pantalones apenas tardaron unos segundos en empaparse y el frío amenazaba con acerme retroceder hasta aquel escondite de la calle Albuquerque
Pero no lo hice, en lugar de encogerme de miedo y ahogar los truenos con música a todo volumen como era costumbre en mí, en lugar de congelarme y llorar, sonreí
Me detuve a la vez que las gotas de lluvia resbalaban contra todo mi cuerpo sumergiendome en un baño frío, me paré en medio de la calle pero si algo puedo asegurar es que no fue por miedo
Me detuve porque una carcajada amenazaba con salir, me detuve a reírme en medio de aquel callejón mientras el sonido rugiente de la tormenta tapaba el eco que salía de mi boca
Me detuve porque fue en ese instante cuando me dí cuanta de que nada importaba
Mi miedo irracional a los truenos, mis espectativas, mi amabilidad, mi adicción al café y a fumar fuera de casa que me habían obligado a salir; mis constantes réplicas hacia mi misma o mi afición por escribir como lo hago ahora entre la lluvia
Nada importaba, lo que para mí se había convertido en una historia de superación se olvidaría junto con todo lo bueno que he hecho, lo que para mí había sido una vida dedicada a buscar la felicidad y la simpatía de otros eran mentiras cínicas para tapar mis propias inseguridades
Mis sueños rotos, mis oraciones temblorosas que se fundían con la lluvia, mis principios, mi constante búsqueda de ser la chica popular del instituto aunque viviese improvisando
Mi afán de ser la protagonista de una novela de mierda, el miedo a amar cuando temía la soledad, la bonita infancia que ahora recordaba entre lágrimas
Nada importaba, estaba tan segura de que no iba a pasar de los setenta como de nadie me recordaría, y el único motivo por el que estaba tan segura fue el mismo por el que dejó de llover
Porque todo era una bonita mierda a la que podíamos tachar de vida, porque nada era predecible y no merecía la pena vivir bajo la sombra de tus inseguridades
No merecía la pena forzar una sonrisa amable y volver a tu lectura si siempre destacarías por ser la pringada que nadie invitaba a las fiestas, no merecía la pena escribir tanto sobre el amor y la superación si era mi desprecio hacia los mismos los que me habían hecho acabar aquí. No merecía la pena pedirme perdón porque, a pesar de que la había cargado infinidad de veces, nada de esto era culpa mía
Siempre me odié por no ser la reina del instituto, por vivir por inercia o sonreír para evitar conflictos, por nunca sentirme preparada para el sexo a pesar de haber disfrutado de este, por aferrarme tanto a las personas que me brindaban amabilidad hasta el punto de derretirme por ellas y por confundir la amistad con el amor
Pero fue bajo el claro del cielo, bajo la tormenta que había tenido lugar hace unos minutos y bajo el sonido de mis carcajadas y los truenos cuando me di cuenta de que todo aquello por lo que me odiaba tampoco importaba
Era una chica más con otra vida de mierda y sueños de superación, otra chica con un afán de protagonismo y comprensión que compartía con otros cientos de miles de personas
Era una del montón y, por primera vez en años, el sentimiento de que no era especial me tranquilizaba
Fue en aquella tormenta, parada en medio de la carretera cuando me di cuenta de que, efectivamente, no era importante pero que al menos no estaba sola